Por qué la invasión de Iraq fue la peor decisión de política exterior de la historia de Estados Unidos
Peter Van Buren
TomDispatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Yo estuve allí. Y “allí” podía ser un lugar cualquiera. Y un lugar cualquiera era el lugar donde debías estar si querías apreciar de cerca los signos del fin de los tiempos del Imperio Estadounidense. Era el lugar donde debías estar si querías ver la locura –oh, sí, era locura- sin filtrar a través de unos medios de comunicación complacientes y adormilados encargados de que la política bélica de Washington pareciera, si no sensata, al menos bastante cuerda y seria. Yo estuve en la Zona Cero de lo que se intentaba que fuera la nueva pieza central para una Pax Americana en el Gran Oriente Medio.
Por decirlo sin ambages, la invasión de Iraq resultó ser un chiste. Desde luego, no para los iraquíes ni para los soldados estadounidenses, tampoco era un tipo de chiste de esos de ja, ja, ¡qué risa! Y aquí va la verdad más triste de todo: el 20 de marzo, aunque conmemoramos el décimo aniversario de la invasión en nombre del infierno, todavía sigo sin entender bien bien las cosas. No obstante, en el caso de que Vds. quieran que remate el chiste, aquí va: al invadir Iraq, EEUU hizo más por desestabilizar el Oriente Medio de lo que posiblemente imaginamos en aquel momento. Y nosotros –y tantos otros- estaremos pagando el precio durante mucho, mucho tiempo.
La locura del Rey Jorge
Es fácil olvidar lo normal que se veía entonces la locura. En 2009, cuando llegué a Iraq, estábamos ya en el último aliento respecto a poder salvar algo de lo que puede ya considerarse como la peor decisión de política exterior en la historia de EEUU. Fue entonces cuando, como funcionario del Departamento de Estado asignado para dirigir dos equipos provinciales de reconstrucción en el este de Iraq, entré por primera vez en aquella planta de procesamiento de pollos en medio de la nada.
Para entonces, el plan estadounidense de “reconstrucción” de ese país se estaba ahogando en ríos de dinero estúpidamente gastado. Al igual que el plato fuerte de esos esfuerzos estadounidenses –al menos una vez que el Plan A, el que postulaba que nuestras tropas invasoras iban a ser recibidas como libertadoras con flores y dulces, se estrelló y se quemó-, conseguimos arreglárnoslas para no reconstruir nada de interés. Concebido primero como un Plan Marshall para el Nuevo Siglo Americano, seis años después había degenerado en una farsa.
En mi acto de la función, EEUU gastó unos 2.200 millones de dólares en construir una inmensa instalación allá por el quinto pino. Haciendo caso omiso de la cruda realidad de que los iraquíes llevaban criando y vendiendo pollos allí desde hacía más 2.000 años, EEUU decidió financiar la construcción de una instalación central de procesamiento para que los iraquíes mantuvieran la planta, compraran pollos locales, los desplumaran y los cortaran en rodajas con complejas maquinarias llevadas desde Chicago, empaquetaran las pechugas y alas en un envoltorio de plástico y las transportaran en camiones a todos los supermercados locales. Quizá fue fruto del calor del desierto, pero en aquel momento esta historia les pareció lógica y el plan recibió el apoyo del ejército, del Departamento de Estado y de la Casa Blanca.
Elegante como idea, al menos para nosotros, no tuvo en cuenta unas cuantas cosas muy simples, como la habitual carencia de electricidad, o los sistemas logísticos para llevar y traer los pollos a la planta, o el capital de trabajo, o… hum… los supermercados. Como consecuencia, en la reluciente planta de 2.200 millones de dólares no se procesó nada, ni pollos ni nada. Por utilizar algunos de los tópicos de ese momento, no transformó nada, no favoreció, no estabilizó, ni mejoró la vida de un solo iraquí. Se quedó allí vacía, oscura y sin usar en medio del desierto. Nosotros, como los pollos, nos quedamos cacareando y sin plumas.
Sin embargo, de acuerdo con la locura de los tiempos, el simple hecho de que la planta no cumpliera ninguno de sus objetivos reales no significó que el proyecto no fuera un éxito. En realidad, la fábrica constituyó un hit en los medios de comunicación estadounidenses. Después de todo, en cada visita propagandística a la planta, mi grupo abastecía el lugar con pollos comprados a toda prisa, ponía en marcha la maquinaria y montaba un espectáculo circense a base pollos y gallos.
Con el humor negro de aquel momento, bautizamos el lugar como la Fábrica de Pollos Potemkin. Entre una visita y otra de los medios de comunicación y de los VIP, se quedaba a oscuras, para despertar tan sólo con el canto del gallo si alguna mañana aparecía algún equipo de cámaras para hacer una visita. Así pues, se consideró que nuestra fábrica era todo un éxito. Robert Ford, entonces en la Embajada en Bagdad y ahora duro embajador en la sombra en Siria, dijo que la visita que hizo al lugar fue el día en que más había disfrutado en Iraq. El General Ray Odierno, entonces al frente de todas las fuerzas estadounidenses en Iraq, envió a blogueros y seguidores a ver el victorioso proyecto. Parte de la propaganda, que proclamaba que “enseñar a los iraquíes métodos para que prosperaran por ellos mismos les daba la capacidad para conseguir su propia estabilidad sin necesidad de depender de los estadounidenses”, se encuentra aún online (incluyendo, en particular, esta encantadora imagen de la tutoría estadounidense, una de mis favoritas).
No éramos estúpidos, no vayan a creer. En realidad, todos nos sentíamos lo suficientemente listos e inteligentes como para aprender a mirar hacia otro lado. La planta de pollos fue al principio una historia divertida, un tipo de chiste interno en el que todos conocíamos la gracia final. Hey, malgastamos algún dinero, pero los 2.200 millones de dólares eran una suma pequeña en una guerra cuyos costes algún día sobrepasarán los miles de billones. Realmente, a fin de cuentas, ¿qué daño habíamos hecho?
El daño fue este: pretendíamos dejar Iraq (y Afganistán) estabilizado para seguir avanzando en nuestros objetivos. Lo que hicimos fue gastar nuestro tiempo y dinero en cosas obviamente insignificantes, mientras la mayoría de los iraquíes no disponían de acceso a agua potable, a electricidad regular y a atención sanitaria y hospitalaria. Otro funcionario del Departamento de Estado en Iraq escribió en el resumen semanal que me enviaba: “En el corte de cintas de nuestro proyecto, se nos recibe normalmente con un somero ‘gracias’, seguido por una larga lista de apabullantes necesidades relativas a aspectos esenciales como son el agua y la energía”. ¿Cómo íbamos a poder estabilizar Iraq si actuábamos como bufones? Como me dijo un iraquí: “Es como si yo estuviera desnudo en una habitación con un gran sombrero en la cabeza. Todo el mundo entra y va poniéndome flores y cintas en el sombrero, pero nadie parece darse cuenta de que estoy desnudo”.
Desde luego, en 2009, todo eso debía resultar obvio. Ya no estábamos dentro del sueño neocon de la superpotencia mundial sin rival sino atascados en todo cuanto había sucedido. Éramos una fábrica de pollos en el desierto que nadie quería.
Viajando en el tiempo hasta 2003
Los aniversarios son tiempos de reflexión, en parte porque a menudo sólo con la perspectiva somos capaces de reconocer los momentos más importantes de nuestra vida. Por otra parte, en los aniversarios es difícil recordar cómo era realmente todo cuando todo empezó. En medio del actual caos en Oriente Medio, es fácil, por ejemplo, olvidar cómo eran las cosas cuando empezaba 2003. Parecía que Afganistán había sido invadido y ocupado rápida y limpiamente de un modo que los soviéticos (los británicos, los antiguos griegos…) nunca podrían haber soñado. Irán estaba aterrado viendo el poderío del ejército estadounidense en su frontera oriental, que pronto se situaría también en la occidental, mostrándose dispuesto a negociar. Siria estaba controlada por la brutalidad estable de Bashar al-Asad y las relaciones eran tan buenas que EEUU estaba entregándole a sospechosos de terrorismo para que les torturara en sus prisiones secretas.
La mayor parte del resto de Oriente Medio estaba inmersa en un largo sueño con dictadores lo suficientemente fiables como para mantener la estabilidad. Libia era una excepción, aunque las predicciones decían que antes de que pasara mucho tiempo Muammar Qadafi haría algún tipo de trato. (Y lo hizo). Todo lo que se necesitaba era un navajazo rápido en Iraq para establecer una presencia militar permanente estadounidense en el corazón de Mesopotamia. Nuestras futuras guarniciones allí podrían obviamente supervisar las cosas, proporcionando la potencia necesaria para aplastar cualquier futuro elemento desestabilizador. Todo eso tenía mucho sentido para los neocon visionarios de los primeros años de Bush. Lo único que Washington no pudo imaginar fue esto: que el principal elemento desestabilizador seríamos nosotros.
En efecto, su poderoso plan se estaba ya desintegrando cuando apenas empezaba a soñarlo. En su ansia por todo sin respetar nada que no fueran sus deseos, el equipo de Bush perdió una oportunidad diplomática con Irán que podría haber hecho innecesario el actual ruido de sables, incluso cuando Afganistán se vino abajo e Iraq implosionó. Como parte de la descomposición, hombres encarnizados, a quienes la historia pilló por sorpresa, subieron el volumen de las medidas encarnizadas: tortura, gulags secretos, entregas extraordinarias, asesinatos mediante aviones teledirigidos, acciones extra constitucionales en casa. Se lanzaban las ofertas más viles para tratar de salvar algo, incluyendo ignorar la red de A.Q. Khan de proliferación nuclear pakistaní a cambio de un cursi momento-foto con Condi Rice-Qadafi de acercamiento en Libia.
En el interior de Iraq, la invasión estadounidense había desatado las fuerzas del conflicto sectario sunní-chií. Esto, a su vez, estaba creando las condiciones de una guerra por poderes entre EEUU e Irán, parecida a la cada vez más intensa guerra por poderes entre Israel e Irán dentro del Líbano (donde iba de la mano otro suceso desestabilizador: la invasión israelí de 2006, sancionada por EEUU). Nada de todo esto ha acabado aún. En la actualidad, de hecho, esa guerra por poderes ha encontrado sencillamente un nuevo anfitrión, Siria, con múltiples potencias utilizando la “ayuda humanitaria” para impulsar una y otra vez a su alrededor los avatares sunníes y chiíes.
Irán, haciendo tambalearse las expectativas neocon, superó la década estadounidense en Iraq con mayor potencia económica, con un comercio entre los dos vecinos que consigue burlar las sanciones y que está valorado en unos 5.000 millones de dólares al año, que siguen en aumento. En esa década, EEUU se las arregló también para eliminar a uno de los contrapesos estratégicos de Irán, Sadam Hussein, sustituyéndole con un gobierno dirigido por Nuri al-Maliki, que en otra época se había asilado en Teherán.
Mientras tanto, Turquía está ahora enredada en una guerra abierta con los kurdos del norte de Iraq. Turquía es, desde luego, parte de la OTAN, por tanto imagínense al gobierno de EEUU quedándose sentado en silencio mientras Alemania bombardeaba Polonia. Para completar el círculo, el primer ministro iraquí advirtió recientemente que una victoria de los rebeldes sirios provocará guerras sectarias en su propio país y creará un nuevo puerto seguro para al-Qaida que desestabilizará aún más la región.
Al mismo tiempo, EEUU, militarmente quemado, económicamente tambaleante desde las guerras en Iraq y Afganistán y careciendo de toda autoridad moral en Oriente Medio después de Guantánamo y Abu Ghraib, se queda con los brazos cruzados mientras la chispa regional que llegó a llamarse la Primavera Árabe se apaga y es sustituida por mucha más desestabilización en toda la región. E incluso todo esto no ha conseguido detener a Washington de seguir adelante persiguiendo la última versión de la (ahora sin nombre) guerra global contra el terror hacia nuevas regiones necesitadas de desestabilización.
Teniendo en cuenta la facilidad con la que el paralizado pueblo estadounidense miraba patrióticamente hacia otro lado mientras nuestras guerras seguían sus particulares sendas hacia el infierno, nuestros dirigentes ni pestañearon ya ante el pensamiento de enviar aviones teledirigidos estadounidenses y fuerzas de operaciones especiales más lejos que nunca, especialmente hacia lo más profundo de África, creando desde las cenizas de Iraq una versión fronteriza del estado de guerra perpetua que George Orwell imaginó una vez para su distópica novela 1984. Y no duden ni un segundo que hay una senda directa que va desde la invasión de 2003 y aquella planta de pollos hacia el peligroso y caótico lugar que pasa hoy por nuestro mundo estadounidense.
Feliz aniversario
En este décimo aniversario de la Guerra de Iraq, el mismo Iraq sigue siendo, se mire por donde se mire, un lugar peligroso e inestable. Incluso el habitualmente risueño Departamento de Estado aconseja a los viajeros estadounidenses que van a Iraq “que sigue habiendo riesgo de secuestro para los ciudadanos de EEUU… porque hay numerosos grupos de insurgentes, incluyendo a al-Qaida, que siguen activos…” y apunta que “la guía del Departamento de Estado para las empresas de EEUU en Iraq aconsejan seguir los Detalles para la Protección y Seguridad”.
En una visión más general, el mundo es también un lugar mucho más peligroso que en 2003. En efecto, para el Departamento de Estado, que me envió a Iraq para que fuera testigo de las locuras del imperio, el mundo es ahora aún más sobrecogedor. En 2003, en aquel infame momento de “misión cumplida”, sólo Afganistán estaba en la lista de embajadas en el extranjero que se consideraban “puestos de extremo peligro”. Sin embargo, bastante pronto, se añadieron Iraq y Pakistán. En la actualidad, Yemen y Libia, que en otro tiempo eran puestos aburridos pero seguros para los funcionarios del Estado, han caído ya en la misma categoría.
Otros lugares que eran también considerados seguros para los diplomáticos y sus familias, como Siria y Mali, han sido evacuados y no hay presencia diplomática estadounidense alguna. Incluso el adormilado Túnez, que era en otro tiempo tan tranquilo que el Departamento de Estado tenía allí su escuela de lengua árabe, tiene ahora reducido su personal y los familiares de los diplomáticos no residen allí. Egipto va y viene, sube y baja.
El liderazgo iraní observaba cuidadosamente cómo la versión imperial estadounidense de Iraq se venía abajo, concluyendo que Washington era un tigre de papel, retirándose de las ofertas iniciales de negociar cuestiones controvertidas y, en cambio (al menos durante un tiempo), redoblando sus esfuerzos para conseguir capacidad nuclear inmediata, ayudados por el anterior trabajo de esa misma red de A.Q. Khan. Corea del Norte, otra beneficiaria de A.Q. Khan, siguió el mismo camino cada vez más alejada de Washington, mientras se convertía en una auténtica potencia nuclear. Su vecina China seguía su propio sendero de dominio económico, mientras ayudaba a “pagar” por la Guerra de Iraq convirtiéndose en el número uno de los tenedores de deuda estadounidense entre los gobiernos extranjeros. Ahora posee más del 21% de la deuda que EEUU mantiene en el extranjero.
Y no guarden, de momento, el libro de chistes. Sustituyendo como apologista-en-jefe al ausente George W. Bush y a los altos funcionarios de su administración en este décimo aniversario, el ex Primer Ministro británico Tony Blair nos recordaba recientemente lo que se nos aproxima por el horizonte. Concediendo que “había renunciado desde hacía tiempo a intentar persuadir a la gente de que tomó la decisión correcta sobre Iraq”, Blair añadió que se avecinaban nuevas crisis. “Tienen ya una en Siria, justo ahora, y tendrán otra en el futuro en Irán”, dijo. “Estamos en medio de esta lucha, que va a necesitar de una generación, va a ser muy arduo y difícil. Pero pienso que cometemos un error, un profundo error, si pensamos que podemos mantenernos al margen de esa lucha”.
Piensen en ese comentario como si fuera una advertencia. Al haber convertido de alguna forma en enemigo a gran parte del Islam, Washington se ha asegurado básicamente crisis interminables que no tiene posibilidad alguna de ganar. En este sentido, Iraq no fue una aberración, sino el cénit y el nadir históricos de una forma de pensamiento que está ahora lentamente declinando. Durante las décadas venideras, EEUU tendrá un ejército lo suficientemente grande como para asegurar que nuestra decadencia sea lenta, sangrienta, desagradable y renuente, aunque inevitable. Un día, no obstante, hasta los aviones teledirigidos tendrán que aterrizar.
Así pues, ¡feliz X aniversario, Guerra de Iraq! Una década después de la invasión, un caótico e inestable Oriente Medio es el inacabado legado de nuestra invasión. Supongo que, a pesar de todo, seguiremos con los chistes, aunque nadie se esté riendo.
Peter Van Buren pasó 24 años trabajando en el Departamento de Estado, estuvo destinado un tiempo en Iraq. Es colaborador habitual de TomDispatch. Escribe sobre Iraq, Oriente Medio y la diplomacia estadounidense en su blog We Meant Well. Es autor de “We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People” (The American Empire Project, Metropolitan Books). Trabaja actualmente en un nuevo libro: “The People on the Bus: A Story of the 99%”.
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