Por tratar de describir el escrache, por si alguien queda por estos lares que no lo conozca ya, me gustaría comenzar este escrito mencionando que no es más que una forma de manifestación legítima que consiste, en términos más concretos, en aparecer en el lugar de trabajo o domicilio del susodicho al que avergonzar y protestar por sus acciones y/o adhesiones.
Algunos se están rasgando las vestiduras opinando sobre el modelo del escrache, siempre son los mismos, aquellos que creen que heredarán la tierra y el escaño (diríase también puesto de edil, alcaldía, diputado, o nómina en el periodicucho de turno etc…), asegurando que roza lo denunciable, lo ilegal, lo terrorístico. Parece que la idea de ser señalados sin ambages a pocos metros, sin la tranquilidad de la barrera institucional o policial les llena de miedo e indignación, les hace pensar en las libertades que ellos mismos no fomentan. ¡Qué curioso!
La consecuencia de acometer un gobierno que estafa a los españoles aplicando un programa inexistente en campaña, la de vender un país entero a la troika mundial primero, y europea después, la de saquear los bienes públicos a favor de un poder del capital que se rescata a costa de todos por culpa de sus torpezas ansiosas de codicia, las consecuencias de no ceder a la voluntad popular que se rebela y exige sin miedo en las calles un cambio radical, son también los escraches.
Quien ejerza un cargo público y crea que es su cortijo. Quien piense que en este río revuelto puede pasar desapercibido mientras fomenta la injusticia y la insolidaridad. Quien se esconde tras el cargo y no escucha al poder soberano del pueblo, se arriesga a tener que soportar la vergüenza de verse señalado en su puesto de trabajo, en su domicilio o donde haga falta. Muchos años llevamos ya soportando de buenas maneras el hacer propio de ladrones de la comparsa de políticos del bipartidismo que pacta en susurros.
La soberanía del pueblo se ejerce primero en las calles, en los barrios, en los centros de trabajo y escuelas, en los centros sanitarios y fiestas populares, en las concentraciones y en la búsqueda de respuestas de la oposición política responsable. La soberanía popular se ha mostrado y se sigue mostrando a cada esquina del país ante la evidencia de la necesidad de escarnio y castigo a las prácticas criminales y mezquinas que se proponen e imponen. El escrache es un grito legítimo, adulto y firme de una sociedad que provoca los cambios. El escrache es sin duda un paso más en la profundización de la negación de un sistema caduco. El pueblo no tiene más remedio que aumentar la presión.
Lo que ya vivimos en las puertas del Congreso cuando simplemente se rodeó, un símbolo inequívoco de pueblo responsable y exigente, ahora se concretiza con los desahucios, pronto surgirán en las alcaldías denunciables, hacia los jetas con amigos bien colocados en la maraña del PPSOE o en el Palacio de la Zarzuela (más lleno de zarzas que nunca). Serán denunciados, reprimidos e investigados, serán boicoteados, desinformados o repudiados por la prensa, pero los escraches seguirán en el seno de los ciudadanos porque el cambio es ya irrenunciable. Ha despertado el compromiso de las personas del día a día con la necesidad imperiosa de la negación del sistema mal bendecido tras la transición.
Que levanten el rostro aquellos que reciban un escrache porque algo habrán hecho y se quiere denunciar públicamente, que sean ellos los que respondan y expliquen rebatiendo los motivos para que se lo hagan, que se defiendan si pueden de sus propias acciones y apoyos, que demuestren su inocencia o se marchen. Destrozando la sanidad de los que más la necesitan, desmantelando la educación de quiénes más la aprovecharán, robando los recursos y riquezas de un pueblo, secuestrando su conciencia y palabra, y jugando a los parlamentos mientras creen que pueden engañar con fuegos artificiales a los plebeyos prescindibles, no merecen ser representantes de nuestra soberanía, ni gestores de nuestros recursos, ni coordinadores de nuestras instituciones.
Ese es el camino, levantar las baldosas que por muy fuertes cementadas que estén al suelo, porque permanecen podridas y corruptas por dentro. El ciudadano medio ha despertado y prefiere materiales más dignos que pisar en sus paseos. El escrache es soberanía popular en su raíz, y es por ello que yo lo apoyo. Sea bienvenida la era en la que los brazos se alzan para cambiar sus destinos con la honestidad de la fuerza en grupo. Sea bienvenido el escrache como símbolo de liberación. Sea el escrache un grano más para la Revolución.
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