Ninguneados,
vilipendiados, asfixiados económicamente, un poco cautivos y completamente
desarmados, los secretarios generales de UGT y CCOO acudieron ayer raudos y
veloces a hacerse una foto en Moncloa con Rajoy, que les convocó a hurtadillas
y les dio a firmar un papel para que, junto a las dos grandes patronales,
reconocieran los “signos de cambio” registrados por la economía española. Un
papelón de campeonato.
El
encuentro es un insulto a los asalariados que han sufrido la reforma laboral y
han visto pisoteados sus derechos, a los pensionistas de hoy y mañana que verán
recortadas sus pensiones, a los dependientes a los que se ha cerrado el grifo
de las ayudas y se ha retrasado sine die su reconocimiento, a los inmigrantes
que ya están aquí y a los que se dejan la piel y hasta la vida en las fronteras
españolas, y para los que no hubo ni un solo recordatorio en las dos horas de
encuentro. Un insulto, en definitiva, a los colectivos cuya representación se
arrogan las centrales sindicales.
La
reunión de Moncloa es el reconocimiento de una derrota que, si de algo sirvió,
fue para acreditar la existencia de Cándido Méndez, cuyas apariciones públicas
son últimamente muy escasas, metido como está bajo las piedras por el escándalo
de los cursos de formación. De esta derrota no se escapa la patronal, cantera
de imputados, cuando no de presidiarios, que hace tiempo que no representa a
nadie y ha sido reemplazada por esos grandes foros empresariales donde están
los que mandan.
Los
llamados agentes sociales lo son cada vez menos menos. Viven de esos grandes
acuerdos como el de rentas, todavía en vigor, un instrumento más para la
devaluación salarial de los trabajadores que no tardará en renovarse. Dicen
estar muy preocupados por el desempleo juvenil y por los parados de larga
duración, por la evolución de ese findus congelado que es el salario mínimo y,
por supuesto, creen necesario “combinar políticas que hagan sostenibles las
cuentas públicas, junto con otras de impulso a la actividad económica y la
inversión productiva, que generen empleo y garanticen una protección social
adecuada”. Ingente palabrería que no sirve a nadie.
La
aristocracia sindical se ha acomodado a las negociaciones de salón, y cuando
éstas no han existido porque el Gobierno ha hecho de su capa un sayo, las
centrales, en buena medida, se han vaporizado. Han olvidado que cuando la
batalla se da en la calle y en las empresas nada está escrito, como en el
conflicto de la limpieza en Madrid. Pero en la calle hace frío en invierno y a
veces llueve.
La
fatalidad ha querido que la escenificación de esta rendición en la Breda
conquistada por Rajoy haya coincidido con el desarrollo de las marchas por la
dignidad, columnas de parados, estudiantes, desahuciados y jornaleros que
llegaran a Madrid el próximo día 22 para denunciar el empobrecimiento general y
el retroceso en derechos y libertades. Superados por una movilización que les
sobrepasa, UGT y CCOO no han tenido el valor de sumarse directamente a la
protesta y se han limitado a manifestar escuetamente su apoyo a través de ese
Foro Social que crearon para intentar abrirse a la sociedad y que se ha
demostrado un invento fallido. Dignidad la de unos e indignidad la de otros.
El
suicidio al que voluntariamente se han entregado los dos sindicatos
mayoritarios es una noticia terrible porque nunca como ahora han sido tan
necesarios. Urge su reinvención. No tiene sentido alguno mantener vivas dos
marcas en vez de proceder a una fusión orgánica y constituir una organización
poderosa, autosuficiente y capaz, incluso, de inspirar cierto temor.
Como
no lo tiene usar las mismas armas que en el siglo XIX para hacer frente a una
realidad del siglo XXI. De la estrepitosa derrota en Coca-Cola, una empresa con
beneficios millonarios que decide poner en la calle a cientos de trabajadores,
puede extraerse una lección: si los trabajadores se van al paro con 45 días por
año trabajado y 10.000 euros lineales no es por el éxito sindical sino por el
desgaste al que las redes sociales sometieron a la chispa de la vida.
La
renovación ha de ser completa. Es impensable que en una organización como la
UGT reconozca de facto que es incapaz de encontrar líderes en sus filas y
mantenga durante 20 años al mismo secretario general. Como empiezan a darse
cuenta ahora los partidos, los sindicatos no son propiedad de sus afiliados
sino de la sociedad en su conjunto. ¿Para cuando unas primarias?.
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